Consumir y producir ecológico es una decisión que surge muchas veces de la necesidad de cuidarnos más o por nuestra preocupación por el medio ambiente, pero este tema tiene muchas más vertientes. La producción ecológica va ligada a cambios sociales profundos que tienden a estructuras sociales más estables y autónomas.

    Durante la revolución verde hordas de campesinos de todo el mundo emigraron hacia las ciudades y despoblaron los campos expulsados por grandes cosechadoras e inmensos tractores que les hacían prescindibles. Las concentraciones parcelarias, la introducción de semillas híbridas y el aumento de los insumos (fertilizantes, fungicidas…) pusieron a los pocos agricultores que quedaban en manos de las multinacionales. Esto ha creado una sociedad distanciada de la producción que depende de las grandes empresas para obtener sus alimentos.

    La estabilidad de las sociedades se basa en la estabilidad de los mecanismos que les permiten cumplir sus necesidades. La necesidad más básica de todo ser humano es comer y beber y esta debe de estar sustentada sobre diversos pilares para aseguren el abastecimiento. Depender de 2 o 3 compañías es tener los pies de barro. En ecología se dice que diversidad es sinónimo de estabilidad.

    La agricultura ecológica, entendida desde nuestro punto de vista, lucha por fortalecer la base de la pirámide del bien estar desde los siguientes puntos:

• Recupera el conocimiento campesino perdido.
• Reduce los insumos y dependencias externas a la explotación.
• Reduce el consumo energético.
• Favorece la soberanía alimentaria.
• Aumenta la población ligada al campo.
• Contribuye a la conservación de espacios agrícolas.
• Aprovecha la resiliencia del medio.
• Favorece la diversidad varietal con el uso de variedades locales más adaptadas.
• Contribuye a un medio ambiente limpio y saludable.

     La opción de la agricultura ecológica es una decisión que implica el modelo de sociedad que queremos para el futuro, por ello es una cuestión de principios.